miércoles, 29 de agosto de 2007

The Killing Moon


THE KILLING MOON – ECHO & THE BUNNYMEN – OCEAN RAIN – 1984 – PRODUCIDO POR: DAVID LORDS – LETRA Y MUSICA: IAN MCCULLOCK

Febrero siempre fue un mes raro, especialmente sus últimos dos funestos fines de semana. El club era una fiesta para la mayor parte de los mortales. Para los condenados, era el infierno. Un fin de semana más en el infierno.

El Rey Migas le había contado que para llegar a la guillotina había que subir trece escalones. Pero ya era tarde, él supo que estaba condenado desde que la vio subir la escalera que llevaba a la terraza del club.

Biografía:
Nombre: nadie se lo preguntó, él nunca lo dijo. Las cuatro personas que hablaron con él en toda su vida le decían Sombrita. Nació, de eso estamos casi seguros, no se sabe cuándo ni dónde. Lo crió un tío, sueco, dueño de un extraño arte: fabricar las minúsculas bolitas de metal que ruedan en el extremo de los bolígrafos amarillos que algunos usan para aspirar y otros para escribir estas pelotudeces en el asiento de a uno, sobre la rueda, del 47 destino final: Chacarita. Hasta los colectivos pueden ser cínicos si se lo proponen.

Volvamos. El tío escandinavo tenía el comando de una máquina infernal que desarrollaba una presión equivalente a dos coma veintiséis pedos del Thor sobre un émbolo para transformar planchas de metal en pelotitas milimétricamente perfectas. Para que el milagro tuviera lugar, la mole no podía descansar ni un segundo, jamás, nunca, never. Será por eso que el tío vikingo se volvió rematadamente loco.

Tenía su cuarto detrás de la máquina del svensk demente. Juran haber visto que la pared despedía un fino polvillo cada vez que el aparato regurgitaba una esferita plateada. Las ventanas de la habitación eran, aproximadamente, cero.

Ese sábado, veintinueve, la fiesta de carnaval del club estaba a punto de explotar. Desde la vía, por encima del frontón, las bombitas de agua de los chistosos habían mutado en las piedras de los desairados, las familias comenzaron su retirada dejando lugar a las huestes de los condenados. Las peleas le daban color a la velada: rojo cerca de la boca, azulado y marrón alrededor de los ojos.

Para estas horas, las bandejas ya estaban bajo los tentáculos de La Momia. La púa se posó sobre el primer zurco del doce pulgadas de Front 242 en el preciso nanosegundo en que la luna llena mandó a cagar a las nubes, se la bancó solita y se plantó de capa en el cielo negro.

El Rey Migas repartía pan a manos llenas en una especie de sermón de la montaña llegado a Villa del Parque desde Galilea, con 1989 años de retraso. Sombrita, sentado a su diestra, se dedicaba a mirar a la concurrencia que se acercaba a comulgar con sus ojos en llamas.

En ese instante la vio subir la escalera. Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve, diez, once, doce, trece escalones hacia la terraza. Un patíbulo de estrellas.

Dentro de cada ser humano hay una extensa red de infinitos cables invisibles que son las encargados de impulsarnos a realizar actos de valentía, demostraciones de bravura y, en la mayor parte de las ocasiones, estupideces. Fue culpa de ese manojo de tensores que Sombrita se bajó del paredón, masticó cada palabra de la frase “ya vuelvo” y subió detrás de ella. Sin contar los escalones.

Esas cosas blancas que asomaron en su boca eran dientes. Una sonrisa tajeando la cara de Sombrita era un evento tan frecuente como ver a un oso panda de cuatro colores tomando vino blanco del pico.

Cuando encontraron su cuerpo sobre los rieles rescataron de entre sus ropas los siguientes items, dos puntos. Un fripás para Suand; la cadena (y su correspondiente candado) que usaba como cinturón; un walkman sin pilas pero con cassette; una foto de una mujer sonriente, fumando, en las Sierras de Córdoba circa 1971 con la inscripción: “¿Me quisiste?” en birome azul; el DNI albino fruto de años de lavarropas; una navajita sin abrir y miles, miles de diminutas bolitas plateadas.

Sí, febrero es un mes raro.



The Killing Moon

Under blue moon I saw you
So soon you'll take me
Up in your arms
Too late to beg you or cancel it
Though I know it must be the killing time
Unwillingly mine


Fate
Up against your will
Through the thick and thin
He will wait until
You give yourself to him


In starlit nights I saw you
So cruelly you kissed me
Your lips a magic world
Your sky all hung with jewels
The killing moon
Will come too soon


Fate
Up against your will
Through the thick and thin
He will wait until
You give yourself to him


Under blue moon I saw you
So soon you'll take me
Up in your arms
Too late to beg you or cancel it
Though I know it must be the killing time
Unwillingly mine


Fate
Up against your will
Through the thick and thin
He will wait until
You give yourself to him


Fate
Up against your will
Through the thick and thin
He will wait until
You give yourself to him
You give yourself to him


La la la la la...


Fate
Up against your will
Through the thick and thin
He will wait until
You give yourself to him


La la la la la...


Fate
Up against your will
Through the thick and thin
He will wait until
You give yourself to him


Fate
Up against your will
Through the thick and thin
He will wait until
You give yourself to him


La la la la la...

lunes, 27 de agosto de 2007

She's Lost Control


JOY DIVISION - UNKNOWN PLEASURES – 1979 – GRABADO EN: STRAWBERRY STUDIOS, STOCKPORT – PRODUCIDO POR: MARTIN HANNETT – LETRA Y MUSICA: JOY DIVISION

La había comprado en una galería de Lavalle, una de esas mañanas en las que se olvidaba de ir al colegio luterano para vagabundear, para acompañar a algún vivillo a robar discos a empleados lagañosos de la Galería Jardín o para hacerle burlas a los esqueletos giratorios de las escuelas del danza de la calle Maipú. El tipo que se la vendió sonreía cada vez que le preguntaba si estaba segura de lo que quería y se pasaba la mano por la tercera papada. La miró mientras se sacaba el candado de la cadena que llevaba al cuello, para incrustar una imitación argenta de la cruz de hierro del ejercito nacional socialista alemán.

Ella no tenía idea sobre el significado de ese símbolo, simplemente le había visto algo similar una y mil noches a Sid Vicious por debajo de su mueca con los dedos lascivamente en V. Debajo de la camisa celeste y la corbata azul del colegio progre, esa mancha negra apenas si asomaba como un pequeño espacio de rebeldía consentida. Indescifrable. Oculta por su ignorancia y por la falta de atención de quienes cobraban buen dinero por educarla, o algo parecido.

Pero todo cambió una tarde de tantas cuando apretaba dentro del blazer un puñado de cadenitas que había logrado descolgar de los cuellos de algunas viejitas desde el San Martín en marcha. De Villa del Parque a Palermo. Ida y vuelta.

Entró sin saludar a la joyería de Don Isaac, se sentó en una de las butacas de cine abandonado que había en el fondo del local y esperó a que el reducidor la llamara.

- Son siete de oro y una de plata.

El viejo le miró el cuello hasta con el ojo de vidrio que le consiguieron en el Israelita después del afano ese. Y le cruzó la carita de un bife que le hizo saltar las lágrimas hasta la pared.

- Me habían dicho que eras pelotuda, pero no pensé que eras TAN pelotuda.

La cara le quemaba y empezaba a sangrar por la nariz, con la mano izquierda levantó el botincito ferroviario y con la derecha atajó el segundo mamporro que le iba a cruzar la jeta para emparejar las cosas.

- No vuelvas más. Y metete las cadenitas en el orto.

Ni siquiera le hizo falta gritar al joyero y le mostró la dirección a la salida con el antebrazo numéricamente tatuado. Descolorido.

Sí, la bronca tiene gusto a sangre. Quiso volver a entrar a la joyería y apoyarle en el cuello la navajita que encontró en las vías, hasta que el escuerzo dijera qué mierda le pasaba. A ella nadie le levantaba la mano y mucho menos se la bajaba.

Pero eligió escupirle la vidriera al viejodemierdaese y seguir su camino.

Llegó a la casa en el preciso momento en que su madre se clavaba el segundo lexo de la tarde y, seguramente, su padre se clavaba a la secretaría en la oficina de la financiera. Tampoco saludó, pero nadie se dio cuenta.

Volvió a mirar el poster del bajista malogrado en la plenitud de su faquin juventud y se colgó otra vez el candado en la garganta. Desde que salió de la joyería de la calle Cuenca, esa puta cruz le quemaba más que la mejilla aleccionada.

Era hora de hacer algo rápido, las cadenitas se tenían que convertir en platita en carácter de urgente. O antes.

Le debía unos cuantos pesitos al Saurio Uruguayo y con ese no se jode. Aunque tenga cara de boludo y los brazos cortos, si te tiene que romper las piernitas para cobrar, te las rompe. Además, vive en un tercer piso por escalera. En silla de ruedas es imposible ir a vengarse.

Plata. La palabra brillaba dentro de su cabecita. Plata. Necesaria para responder a las exigencias de la vida moderna. Plata. Ya. Ahora.

Tenía una salida y esa salida tenía su mismo apellido, por lo menos el primero de ellos. Era hora de pasar por la financiera de papá y reclamar lo que era suyo aunque no le correspondiera.

La Financiera Curtis era una próspera empresa especializada en uno de los deportes favoritos del público argentino de mediados de los años ochenta: la bicicleta. A ella concurrían viejitas que se jugaban la jubilación en las patas de un caballo llamado Plazo Fijo; los primeros inmigrantes coreanos que parieron obreros textiles bolivianos en la calle Avellaneda; señores de traje y colas rojas rematadas en forma de flecha; militares retirados que cuidaban de los bienes de gente que ya no los iba a necesitar; dueños de colegios; sacerdotes; pastores; rabinos; dueños de albergues transitorios; usuarios de albergues transitorios; almaceneros y delincuentes varios.



- Hola mi vida. ¡Qué alta que estás!

Los ojos de nuestra heroína se llenaron de coágulos. Tragó saliva y le sonrió a la secretaria barra depósito de semen de su padre.

- A vos te queda brutal la sombra celeste y la permanente sobre las hombreras. Masculló mientras su padre despedía al comisario con un "abrazograndenosvemosché".

Pasá. Beso. ¿Qué pasa?. Nada, te vine a ver. ¿Qué necesitás?. Un favor. ¿Cuánto?. Para ropa y para el test vocacional. ¿Otro más?. Es otro método, inglés. Tu mamá no me dijo nada. Mamá no te habla desde que te garchaste a la sirvienta. Acá no se putea. ¿Y qué hace el gato ese en la recepción, entonces?. Tomá, andate. Gracias, Pa.

Un tema menos. Clin caja.

Hay dos cosas que uno nunca quisiera tener que sentir al bajar del 134: 1) Agua podrida entrando por tus All Star. 2) El caño de una Beretta en la sien. Si te pasan las dos cosas juntas, tu día se complicó, mi vida.

El Saurio Uruguayo no se ensucia las manos, porque tiene los brazos ridículamente cortos (dicen que su apodo viene de su similitud con el Tiranosaurio Rex, pero él nunca lo sabrá). Para el enchastre está Cachito, el Stone Más Desagradable del Mundo.

- Dice el Saurio que te estuvo esperando toda la tarde. Está preocupado por vos.

Explicarle a Cachito, el Stone Más Desagradable del Mundo, que estabas yendo para allá es garantía de plomo dentro de algún órgano vital. Más te vale tragar saliva y hacer lo que él te diga, aunque la saliva tenga gusto a mierda.

Una chica tan linda, con uniforme de colegio privado, caminando junto al Stone más Desagradable del Mundo despertaría las sospechas de mucha gente. Pero Cachito tiene un don, es capaz de hacerse invisible al ojo humano si se lo propone. Por eso te sorprende siempre con los pantalones en las inmediaciones de tus rodillas.

- Subí. Te está esperando. Ya sabés llegar. ¿O querés que te haga upa?.

Nunca nadie entenderá porqué no le tocó el culo mientras daba los primeros pasos por la escalera. Cachito, el Stone Más Desagradable del Mundo, nunca había sentido hablar del respeto. Son cosas que pasan.

El Saurio Uruguayo tenía los codos apoyados sobre el hule transparente que protegía la mesa del comedor, su cuello se doblaba de una manera casi dolorosa para poder apoyarse sobre las palmas de esos bracitos cortos. Miraba el noticiero. La vio. Se paró y el hule transparente le quedó adherido a los coditos que no le llegaban ni a las tetillas.

- Me dijiste que me ibas a pagar hoy antes de las tres. Agradecé que mi vieja no vino del cementerio todavía. Hablemos de negocios antes de que llegue.

Aunque fuera incapaz de ponerle una mano encima a nadie, el Saurio Uruguayo sabía cómo hacer para que el miedo te muerda la parte de atrás de la cabeza.

- Tomá, acá está la plata. Y lo que falta te lo podés cobrar con estas cadenitas que me regalaron en el tren.

Contó la plata con las manitos a la altura de la garganta. Tomó las cadenitas de oro y las dejó sobre la mesa. Miró la de plata y la cara se le transformó en una especie de grito mudo, reseco, inexpresiva por la sorpresa mientras la virgen de Lourdes giraba delante de sus ojos, colgando de la mano de un nene de 8 años incrustada en el cuerpo de un tipo de casi 30.

- ¡Esta es la cadenita que mi papá le regaló a mi vieja!. ¿De dónde mierda la sacaste?

El cerebro tiene una botonera como la de un walkman. Si apretás la tecla correcta, hace rewind de todos tus recuerdos hasta encontrar lo que buscabas.

Stop. Play: Ferrocarril San Martín. Seis horas, cuarenta y siete minutos antes. Estación Paternal. Una adorable viejita lleva un ramito de claveles celestes en sus manitos mientras su cartera cuelga del bracito regordete y extrañamente corto. Manotear joyas desde el tren en movimiento es un arte, es como jugar al Pato mientras hacés una microcirugía. Se podría decir que nuestra delincuentilla de doble apellido era una experta en estas lides, pero las cosas se pueden complicar.

¿Qué pasaría si la víctima girara en dirección contraria a las agujas del reloj en el preciso momento del atraco? ¿Qué pasaría si los zapatos guillermina San Crispino no resistieran el peso de los años y de un cuerpecito con osteoporosis? ¿Qué pasaría si unos brazos hereditaria y extremadamente cortos se sintieran incapaces de ofrecer apoyo, resistencia o cobijo? ¿Qué pasaría si la cabecita teñida de rubio ceniza golpeara con el escalón del tercer vagón que se dirige inexorablemente hacia Paradero Chacarita? ¿Qué pasaría si el Saurio Uruguayo descubre que su madre ya no le va a cebar nunca más un amargo?

Si generalmente no hay tiempo para respuestas, hoy menos. Antes de lo que el Saurio Uruguayo tardó en gritar "¡Cachito!", la navaja de la nena le abrió la garganta para la envidia de Sid y Nancy. Los bracitos cortos lo único que lograban era agrandar el hueco que le dibujaba una sonrisa a la altura de la nuez. Hizo un ruido similar al de una aspiradora que traga algún líquido aceitoso. Y no hizo más nada.

- Chau Cachito. Todo bien con el Saurio.

Ahora sí, el Stone más Desagradable del Mundo, le tocó el orto por debajo de la pollera gris tableada. Ella le sonrió, fue hasta la esquina de Nazca y Nogoyá, paró un taxi y nunca más volvimos a ver sus All Star negras paseando peligrosamente por el barrio.

Chau princesa, gracias por todo.


She's Lost Control


Confusion in her eyes that says it all.
She's lost control.
And she's clinging to the nearest passer by,
She's lost control.
And she gave away the secrets of her past,
And said I've lost control again,
And of a voice that told her when and where to act,
She said I've lost control again.

And she turned around and took me by the hand
And said I've lost control again.
And how I'll never know just why or understand
She said I've lost control again.
And she screamed out kicking on her side
And said I've lost control again.
And seized up on the floor, I thought she'd die.
She said I've lost control.
She's lost control again.
She's lost control.
She's lost control again.
She's lost control.

Well I had to phone her friend to state my case,
And say she's lost control again.
And she showed up all the errors and mistakes,
And said I've lost control again.
But she expressed herself in many different ways,
Until she lost control again.
And walked upon the edge of no escape,
And laughed I've lost control.
She's lost control again.
She's lost control.
She's lost control again.
She's lost control.

I could live a little better with the myths and the lies,
When the darkness broke in, I just broke down and cried.
I could live a little in a wider line,
When the change is gone, when the urge is gone,
To lose control. When here we come.